viernes, 28 de julio de 2017

Willy, el quijote de la agroecología en las pampas de Río Cuarto



Desde que llegaron los agronegocios a la zona, este hombre resiste y propone otra forma de entender la agricultura.

Por Leonardo Rossi para Conciencia Solidaria
“En la húmeda eternidad de las vasijas de barro
hemos guardado el cereal y la memoria de las formas…” 

Salmos de Piedra, Armando Tejada Gómez

En la ciudad de Córdoba, en Traslasierra o en Calamuchita se conoce y habla de su experiencia. Es un ejemplo para otros que deciden largarse a la aventura agroecológica, que tiene entre sus fundamentos el intercambio de saberes, la solidaridad y la reciprocidad. A fin de cuentas se busca mejorar el uso de la tierra para la comunidad; que los suelos se nutran naturalmente, mediante la rotación de cultivos, con abonos de origen orgánico para que así broten alimentos saludables. Es la contracara del modelo de agronegocios, que se funda en la maximización de rindes, y de las ganancias derivadas en el menor tiempo posible. Su nombre es Guillermo Buil (40). Pero más bien, si se anda por  Río Cuarto, hay que preguntar por Willy para poder dar con él. Vale la pena.
La llegada a la chacra, ubicada a las afueras de esta gran ciudad del sur cordobés, implica por empezar un cambio de ritmo. Otra atmósfera. Otro tiempo de vida. Otro sentido de pensar y sentir. Se palpa con tan sólo entrar y dar los primeros pasos. Ahí, de entre unos árboles, aparece Willy: nada de estereotipo chacarero. Pelo corto, lentes, bermudas, zapatillas de skater y una remera con una calavera estampada. Bien podría pasar por miembro de un grupo musical punk. Más verlo desenvolverse en la huerta nos confirma que es el ‘agroecocultor’ a quien vinimos a conocer.
“Pasa, pasa”, dice, sencillo, con voz por demás relajada. Dentro de la casa está Laura su compañera de vida, la co-constructora de este horizonte de esperanza. Pronto llegarán Nehuen (11), Inigo (6) y Carmela (3) a completar el álbum familiar. El cronista intenta mirar a un lado y otro para ir trazando un perfil de la chacra, pero la variedad de especies que atraviesan los surcos, la diversidad de árboles a la vista, y algunos animales que pastan nos invitan a pensar que esto es bastante más complejo que los uniformes campos que abundan por la zona; que hace falta caminar un rato para poder describir a la unidad productiva.
“Ya hace cinco años que estamos acá, haciendo huerta, frutales y algo de pastura”, comenta como para introducir en el recorrido. “Tenemos tres hectáreas, pero además me cedieron cuatro hectáreas enfrente para correr las fumigaciones”, suelta, al paso. No tarda en llegar el pedido de explicación. Mirar los campos de enfrente es encontrarse con grandes extensiones sólo dedicadas al cultivo de granos y oleaginosas. Por métodos persuasivos de los más sanos –debe ser persistente el hombre—Willy logró que un productor de los llamados ‘convencionales’ (supongamos que es una convención usar agroquímicos) le cediera terreno para así alejar de su chacra el impacto de las pulverizaciones con agroquímicos. Entonces, ahora allí se siembra trigo, avena y se hacen algunos brotes para alimentar las gallinas, las yeguas y la vaca lechera. Todo sin aplicar insumos provenientes de la industria. Con esas palabras de bienvenida, empieza a quedar claro porque aquí se asientan huellas que marcan caminos de aprendizaje para otras almas que buscan reconectarse con la tierra.

Frente al ocaso, volver a las raíces  

“El 1996 empecé a trabajar en un campo de mi tío, trataba de recuperar el monte y hacer algo de huerta”. Un poco por ahí están los orígenes de esta experiencia. O tal vez antes, en la letra de alguna canción anarquista o en los párrafos de algún libro que hablaba del zapatismo. O para no caer en simplismos, justo aquí donde nos enseñan que la vida se nutre de diversidad, en una mezcla de todo eso y unas cuantas cosas más. Según él, lo que estaba como cauce de ese río de sueños fue “una cuestión filosófico-cultural”. Y acá no hay slogan, no hay moda, no hay clichés. Willy se había criado yendo al campo de su familia. Era parte de su cotidianeidad en la infancia. Conocía de qué se trataba la actividad que dominaba los campos de la zona. Fue cuestión de atar cabos. “Nos hicimos vegetarianos hace unos veinte años y en un momento nos planteamos hacer nosotros nuestro alimento”. En otras palabras, dice, “queríamos cultivar acorde a como pensábamos”.
En ese tránsito, de descubrir la agricultura en su sentido original y profundo, como práctica social de vínculo con la tierra en procura de alimento, Willy empezó a escuchar hablar de agroecología. Comenzó a diversificar cada vez más la huerta, a aprender cómo potenciar y proteger los cultivos en base a la complejidad que naturalmente ofrecen las plantas sin tener que apelar a esos modelos que desde fines de los noventa habían transfigurado las postales de su zona.

Mientras apostaba en actitud quijotesca a sembrar y cultivar frutas y verduras con sus propias manos en tiempos de supermercado y comida empacada, vivir en un área fuertemente atravesada por el agro le permitía constatar la contracara de ese cambio en los patrones alimentarios. Los campos producían cada vez menos alimentos, empujados por un modelo que si históricamente miró hacia al puerto ahora directamente era una extensión de éste.


El ‘boom de las commodities’, con la soja a la cabeza, celebrado por empresas, fondos de inversión, gobiernos, grandes medios y empresarios varios tenía su correlato impresentable. “Se dejó la ganadería extensiva, volaron las taperas, los montes frutales, chiqueros y gallineros. Todo desapareció”, recuerda Willy de ese cambio que parecía el único destino posible. Hace veinte años atrás, la soja apenas pasaba las 100 mil hectáreas de este departamento cordobés, poco más del cinco por ciento de la superficie total. En la actualidad ya arrima al millón de hectáreas: más de la mitad de toda la geografía departamental, incluyendo áreas urbanizadas [1].
Para ser justos con la historia, había personas de a pie como Willy, algunos colectivos sociales y académicos que en ese entonces ya advertían de los terribles impactos sociales, sanitarios y ecológicos de ese modelo productivo, ahora indiscutiblemente a la vista. Desde las investigaciones científicas de agrónomos como el chileno Miguel Altieri o las denuncias locales del Grupo de Reflexión Rural eran múltiples las voces de alerta que parecían ahogarse frente a la parafernalia discursiva que vitoreaba la ‘Segunda Revolución de las Pampas’, como definió envalentonado el editor de Clarín Rural Héctor Huergo, acerca de este modelo de uso masivo de plaguicidas, deforestación a gran escala, y monocultivo destinado a la exportación.
“Salíamos a parar fumigaciones por 2002 y no entendían de qué hablábamos”, recuerda de esa resistencia que siempre fue acompañada de propuesta. “Nosotros queríamos recuperar saberes antiguos vinculados al campo, sumados a lo que se va conociendo ahora, como la biodinámica”. Con estos preceptos, durante once años, Willy y su compañera alquilaron un campo de dos hectáreas para hacer de ese imaginario una experiencia de vida. Con el paso de las temporadas,  pudieron llegar al terreno propio, adonde mantienen vigente la costumbre de sembrar semillas que hacen de la tierra un lugar más digno.

Alimento bueno, bonito y barato

El recorrido por la chacra es un aprendizaje intensivo de la inexplicable simplificación que impone la industria tanto en los campo como en las mesas. El 75 por ciento de los alimentos del mundo se basan en doce especies de plantas y cinco de animales [2]. Este lote agroecológico responde: formas y colores diversos, texturas y aromas de los más variados pueden convivir en un par de hectáreas y alimentar a la comunidad. A fin de cuentas de eso debiera tratarse la agricultura.

“Hacemos verduras de estación, siete variedades de tomate, tres pimientos dulces y dos picantes, berenjena, papa, zapallito verde, pepino, seis variedades de maíz, anco, rúcula, achicoria, acelga, poroto”, apunta Willy mientras explica cómo y cuándo siembra qué. La gama de colores la enriquecen los frutales: uva, durazno, pera, damasco y cereza. Agrega: “Siembro vicia para hacer abono verde, y también está el trigo, el centeno y la avena”.


La apuesta a la diversificación tiene además el valioso aporte de proteger especies nativas de estas geografías: “Tengo maíces llegados de Misiones, algunos de Jujuy y de otras regiones de Córdoba”. Un aporte inconmensurable en un mundo que en un siglo perdió tres cuartas partes de su diversidad genética a causa de la industrialización agrícola [3].
La propuesta de esta chacra se completa con nogales y almendras; gallinas ponedoras y una vaca lechera. “Casi la totalidad de lo que consume la familia sale de acá. Nosotros (Willy y Laura) somos vegetarianos, pero los chicos sí consumen algo de carne”, comparte en torno al proceso alimentario de sus hijos, que si bien fuertemente apuntalado por ellos, entiende debe decidirse de forma autónoma.
La tarea productiva no se agota en la dieta familiar. Lo que ofrece la chacra se convierte en “quince bolsones de verduras semanales a un precio accesible”, que rápidamente encuentran demanda en la comunidad local. Al alimento fresco y sano, suman un proceso artesanal de elaboración de harinas de maíz, trigo y algarroba. Willy en cooperación con otros agricultores de Córdoba mantiene la costumbre de cosechar la vaina de ese árbol nativo, que desde tiempos ancestrales supo nutrir a los habitantes de estas tierras.
La caminata por el campo da sus últimos pasos. Una visita al sector para el compostaje, la explicación de las distintas fases de elaboración de abonos naturales, un repaso por la infinidad de plantines que esperan ser distribuidos por el lote, y la visita a cada uno de los árboles frutales que esperan ser cosechados por los más pequeños de la familia. “Las primeras frutas de la temporada las van a sacar ellos”.


Hasta el final, una enseñanza

A continuación, la mateada bajo el alero de la casa. Con el sol que cruza los rostros de refilón, la charla se escabulle por recuerdos de esos primeros tiempos anarco-ecologistas. Irrumpe alguna anécdota sobre la circulación de documentos con críticas a los transgénicos en tiempos de redes sociales materiales, es decir de la carta y el boca en boca. Surge el saber haberse soñado algún día en familia, en una chacra, cultivando la tierra. Lejos de hacer culto a una visión romántica, acá hay sustancia trabajosamente modelada en base a creer que otra forma de entender la tierra y los alimentos no sólo era necesaria sino que era plausible de concretar. Willy reconoce que esta chacra, que devino en ejemplo para tantos, no fue tarea sencilla. Implicó tiempo y sobre todo, como en estos casos, mucha convicción. “Todo esto lo hicimos a pulmón”, enfatiza sobre esta tarea guiada por un imprescindible desenganche de los discursos dominantes, que rezan que el éxito de la agricultura sólo se mide en la rentabilidad de una cosecha.

“Lo convencional busca producir para tener ganancia en poco tiempo. Uno busca tener plantas y suelos saludables, personas más sanas. Son dos cosas muy distintas”.


Para Willy —aunque suene extraño y algo fuera de agenda en tiempos posmodernos— “la tierra es un organismo vivo, tiene vida”. Lo dice y entiende que es necesario expresarlo, sentirlo, reflexionarlo en lo más hondo del pensamiento. Sí, un razonamiento de lo más elemental ha perdido anclaje en el quehacer diario de estos tiempos auto-socio-destructivos. “Hay días que tengo una visión apocalíptica y pienso: ‘¿hasta cuándo va a aguantar la tierra?’”, comparte con cierto dolor, nostalgia de algo que ya no volverá a ser y algo de desazón. Pero enseguida, no tarde en ser fiel a su historia y aparece la propuesta: “Mientras tanto, uno aún trabaja para que la fertilidad del suelo se vea reflejada en las plantas, en el alimento; uno trabaja en mejorar este entorno para el bien común”.
Termina la charla. Se cierra el cuaderno del cronista. Un olvido. Una pregunta más. ¿Cómo se llama la chacra? “Anotá, ¡La libertad! Así se llama el lugar, y eso es la agroecología para mí. Elegir cómo vivir, cómo producir, cómo alimentarnos”.
*Por Leonardo Rossi para Conciencia Solidaria.

[1] En base a datos del Ministerio de Agroindustria de la Nación.
[2] ‘Las semillas en manos de los pueblos’ (Observatorio del Derechos a la Alimentación y a la Nutrición, FIAN, 2016).
[3] Id. 2.

jueves, 15 de junio de 2017

En ritmo con la naturaleza


El reloj de las flores

Toda planta tiene su propio bioritmo y los pétalos de sus flores se abren y cierran en determinados momentos del día es algo que observó el botánico sueco Carl von Linné (1707-1778) en el siglo XVIII.
Linné estudió las horas concretas en las que una flor se abría por completo y cuando se volvía a cerrar. Gracias a esta observación plantó un reloj floral en forma de esfera en su jardín. Él afirmaba que gracias a este reloj era capaz de dar las horas con un margen de error de sólo 5 minutos.
En 1745 este reloj se convirtió en uno mucho más grande que se plantó en el jardín botánico de la ciudad sueca de Uppsala. El descubrimiento de este reloj no fue simplemente un dato anecdótico. Los relojes de bolsillo o de pulsera en aquella época sólo se los podían permitir los ciudadanos más pudiente, así que ese reloj se convirtió en una herramienta importante para la población. Además las flores no sólo daban información acerca de las horas del día sino que predecían el tiempo.
El girasol, una planta con gran poder simbólico, sigue los movimientos solares como ninguna otra planta. Cada día vuelve a girar su cabeza de este a oeste y por la noche de vuelta hacia el este. Esta fluctuación flexible de la planta sólo le es posible durante su crecimiento. Cuando ha parado de crecer se queda mirando definitivamente al este.
En el arriate de flores circular Linné plantó para cada hora en punto un representante indicado del mundo vegetal, de tal manera que en cada una de las 12 divisiones crecía una flor característica que abre o cierra sus pétalos a esa hora del día. Era posible que una planta apareciera dos veces como por ejemplo la vellosilla que abre sus pétalos a las 8h de la mañana y las vuelve a cerrar a las 14h o la caléndula que abre sus pétalos a partir de las 9h y a partir de las 12h las vuelve a cerrar.

El reloj floral y su distribución

El reloj floral de Linné está dividido en dos partes. En el lado izquierdo se encuentran las plantas que se abren por la mañana entre:

• 5 y 6h: calabaza, amapola, achicoria
• 6 y 7h: crepis rubra, enredadera
• 7 y 8h: lirio de la hierba, nenúfar, tusílago, alquimia, hipérico
• 8 y 9h: anagalis, calta palustre, centaurea
• 9 y 10h: betónica silvestre, margarita, caléndula
• 10 y 11h: anémona de tierra, vinagrera, spergularia
• 11 y 12h: tigridia, cerraja, aizoácea

En la mitad derecha de la esfera de cifras se encuentran las plantas que se cierran pasado el mediodía entre:

• 12 y 13h: caléndula, petrorhagia
• 13 y 14h: anagalis, hieracium
• 14 y 15h: achicoria, diente de león, calabaza
• 15 y 16h: lirio de hierba, tusílago, hieracium rojo
• 16 y 17h: dondiego de noche, vinagrera, nenúfar
• 17 y 18h: amapola

Un final lo marca la onagra que al contrario de todas las demás flores se abre entre las 17 y las 18h, como una vela en la noche y así sigue el círculo.

Los insectos marcan el ritmo

¿Cuál es el reloj invisible, el bioritmo al que atiende el mundo vegetal? El hecho de que con los primeros rayos solares no se abran todas las flores al mismo tiempo tiene una razón de ser: garantiza un reparto equilibrado de insectos para la polinización. Los diferentes tiempos de floración significan un mejor abastecimiento con insectos, que son los que polinizan las distintas flores.
Los insectos son atraídos cuando las flores están completamente abiertas y se esparce el dulce aroma del néctar.
También los insectos sacan provecho de los "tiempos de apertura” graduales, pues no han de salir todos al mismo tiempo a la busca de alimento. Así se evita la competencia por las mejores fuentes nutritivas y las batallas en los prados. Este suave equilibrio entre flores e insectos, entre el dar y el tomar, nos da una visión acerca de la simbiosis entre el mundo vegetal y el animal y nos demuestra cuán importantes son los “tiempos correctos” en la naturaleza.
Si la polinización no se lleva acabo en el tiempo previsto, las flores no se cierran a la hora de siempre, sino que permanecen abiertas hasta la noche. Sin insectos el reloj floral se desequilibra y se “pasa de hora”. La reducción de la población de abejas como principales polarizadores de las flores tiene consecuencias en el reloj floral. Las plantas tienen entonces que compensar y derrochar mas energía para poder mantener sus flores abiertas tanto tiempo, hasta que llega la visita de los insectos. Aún no se tienen claras las consecuencias de todo esto en la generación de frutos y las cosechas.
El caso contrario también se puede dar, es decir, cuando la flor se poliniza muy temprano, se cierra y se considera un éxito de polinización.
Esta pues demostrado que la polinización de las plantas tiene unas claras consecuencias en la precisión del reloj floral, al igual que lo tienen la luz y la temperatura. También hay que tener en cuenta cambios regionales, ya que cada región  es climáticamente diferente y eso tiene consecuencias en la época de floración.

El “reloj interno" de las abejas

Muchas plantas no suministran néctar y polen durante todo el día, sólo a determinadas horas del día. Como la oferta varia según las horas del día y como cada planta tienen sus “Horarios de apertura”, para las abejas es importante memorizar esas horas para conseguir una buena cantidad de alimento.
El reloj interno de las abejas es genético. Estos insectos calibran su reloj según la posición solar y los campos magnéticos de la tierra. Así consiguen estar en sitio preciso a la hora óptima.

Las plantas como mensajeros meteorológicos

En las plantas no sólo se puede “leer” la hora, sino también el tiempo, ya que pueden predecir tanto sol como los chubascos. Muchos agricultores antiguamente se fijaban en irregularidades para realizar predicciones que luego pasaban de generación en generación. Aún hoy tienen su importancia si se tienen en cuenta cambios regionales y el desestabilizante cambio climático.

• La caléndula

Junto a sus propiedades como planta curativa, también es conocida como profeta meteorológico: si por la mañana aún está cerrada se espera tiempo malo o lluvia. Si está abierta, se espera buen tiempo. Su nombre en latín ya nos da pistas Calendula significa pequeño calendario. Como la caléndula florece durante muchos meses de mayo a noviembre, se la consideró símbolo de la inmortalidad.

• La carlina

También es conocida como planta meteorológica. Florece tarde, a partir de agosto, y entonces muestra esplendorosa sus plateados pétalos.

Para proteger su polen de la lluvia, mide la humedad ambiental y cierra a tiempo sus pétalos, de ahí que a partir de este hecho sea fácil hacer una predicción meteorológica.

• El verbascum

Esta planta ha cosechado desde la antigüedad fama de predictiva del clima a largo plazo. Pero para la predicción sólo es apropiada la de flores pequeñas, el gordolobo.

En los conventos se empleaba el estado de las flores para saber acerca de las cantidades de nieve que se esperaban en el invierno. El tiempo lo predicen con la punta de sus flores. Si la punta señala hacia el este el tiempo será bueno. Si señala hacia el oeste habrá mal tiempo.

Fragancia de las flores

Otro indicador de un cambio de tiempo es la fragancia de las flores. Hay determinadas plantas como la asperillo y la juliana o violeta de los jardines que huelen más intensivamente si el aire es húmedo y caluroso. Los abedules por su parte antes de que llueva emiten un olor especialmente espaciado; también las flores del tilo huelen más fuerte. El sentido de éste fenómeno es que las flores quieren atraer a la mayor cantidad posible de insectos para polinizar antes de que empiece a llover.



En ritmo con la naturaleza: el reloj de los pájaros

No hay un sonido más característicos de la primavera que el canto de los pájaros por las mañanas. Ser despertado por ellos es una manera mucho más agradable de entrar en el día que ser arrancado de las garras del sueño por un estridente pitido de despertador.
De forma parecida a lo que ocurre con el reloj de las flores, las voces de los pájaros también se oyen a diferentes horas. El concierto de los pájaros es dirigido por la salida del sol, los estímulos que reciben de su alrededor y la estación del año. A medida que se va acercando el verano, el canto es más tempranero. Su reloj biológico interior se corresponde con el ritmo de horas diurno, la migración, la muda, y determina el cortejo y la cría.
Pero no deja de ser curioso que no todos los pájaros empiezan a cantar puntuales a la salida del sol. Cada especie tiene su momento. Esto significa que los primeros cantos se oyen antes de la salida, cuando aún hay cierta oscuridad, y se van sucediendo hasta que sale el sol y después.
Es decir, los pájaros se han puesto de acuerdo, se han concertado para educadamente no cantar a la vez y ofrecernos un armónico concierto.
El canto de los pájaros sigue una serie temporal exacta. Se suelen encontrar representaciones gráficas de este reloj de pájaros en senderos de naturaleza. El siguiente listado muestra un reloj de sol de especies autóctonas y las horas a las que se puede oír cantar a lo largo de la salida del sol:

  • 90 minutos antes de la salida del sol: El colirrojo empieza el concierto.
  • 70 minutos antes de la salida del sol: El petirrojo se le une
  • 60 minutos antes de la salida del sol: El mirlo entra en escena.
  • 50 minutos antes de la salida del sol: El cuco despierta y le siguen:
  • 40 minutos antes de la salida del sol: El pinzón.
  • 30 minutos antes de la salida del sol: El mosquitero común 
  • 10 minutos antes de la salida del sol: El gorrión 
  • 5 minutos antes de la salida del sol: El carbonero común 
  • Casi exactamente cuando sale el sol: El estornino 
  • 5 minutos tras la salida del sol: La curruca capirotada 
  • 10 minutos tras la salida del sol: El jilguero
  • 30 minutos tras la salida del sol: El pico picapinos   

Y de nuevo por la tarde

En las horas centrales del día el canto de los pájaros se hace cada vez más débil hasta desaparecer. Al transcurrir la tarde se vuelve a hacer más perceptible y hasta la puesta del sol va aumentando.
Sólo algunas especies de pájaros cantan de noche y suponen una excepción: el ruiseñor, la alondra totovía y el carricero.
El reloj de los pájaros evidencia que éstos mantienen un orden a la hora de cantar y al final del día acaban su canto en la misma posición.
¿Pero cual es el motivo del concierto matinal de los pájaros? Se trata de cantos que marcan territorio y en primavera son especialmente intensivos. Sólo cantan los machos para atraer a las hembras y para mantener lejos a sus rivales. La meta es dar a conocer a las hembras su disposición al apareamiento y eso lo hacen con cantos a mayor volumen, de mayor intensidad y con mayor frecuencia.
Es determinante el volumen. Cuanto más alto cante el macho, en mejor estado físico parece hallarse y más posibilidades tiene de ser elegido por una hembra.
Un determinado repertorio de estrofas y las variaciones de cante también tienen un efecto de atracción de las hembras y junto con el volumen de canto aumenta la protección del territorio.
Los pájaros jóvenes aprenden el canto intentando imitar a los pájaros adultos. Puede tardar hasta 100 días hasta que dominan las canciones y con ello aprenden el “lenguaje”.

Los pájaros en el ritmo de la gran ciudad 

Los investigadores han descubierto que la vida en la ciudad cambia el ritmo biológico de los pájaros. La luz y el ruido de la gran ciudad influencia el comportamiento de canto y el reloj interno.
Para poder competir con el ruido imperante algunos pájaros aumentan mucho el volumen de su canto o echan mano de soluciones creativas. Algunos se convierten el auténticos gritones y otros cambian su ritmo de canto natural.
Por ejemplo, los ruiseñores aumentan exponencialmente el volumen de su canto en la ciudad si se comparan con los de campo. Por la mañana, cuando comienza el tráfico, gritan contra el ruido lo que les supone un esfuerzo titánico.
De forma similar sucede con el carbonero común. En la ciudad silban mucho más alto, más rápido y durante menos tiempo que en el campo. Apuestan por frecuencias más altas y disminuyen el tiempo de pausa entre canto y canto para distinguirse de las bajas frecuencias, el retumbar y el rugir de la ciudad.
El canto por naturaleza suave del petirrojo no es apropiado para competir con el ruido de la ciudad. Él ha desarrollado otra táctica para hacerse oír: cantar por la noche. El petirrojo de la ciudad se convierte en ave nocturna cuando por la naturaleza no lo es. Eso significa que goza de menos hora de sueño y fases de regeneración, así como más estrés.
También el mirlo cambia su reloj interno en la gran ciudad. Los mirlos urbanitas tienen de promedio 40 minutos más de actividad que su congéneres de campo y su día por tanto también empieza antes. Esto significa que su reloj interno corre más rápido y es más susceptible de error que el de los mirlos campestres.
La evolución de los pájaros en la ciudad se lleva a cabo en una especie de cámara rápida. Con esta estrategia se pueden adaptar a la vida ruidosa y de gran luminosidad de las grandes urbes. Por tanto la vida urbana supone, al igual que para el ser humano, un gran factor desencadenante de estrés. Pero a diferencia del ser humano, los pájaros no pueden cerrar las ventanas dobles y aislarse por un tiempo del ruido continuo.
Tanto en la ciudad como en el campo no debemos dejar de prestar atención a la llamada de la naturaleza y escuchar los cantos de los pájaros a lo largo del día, y podemos disfrutar identificando cada canto con el pájaro que lo emite.

http://www.elcorreodelsol.com/articulo/en-ritmo-con-la-naturaleza-i
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